Parte X de XII
Por: Johnny Bardavid
Una de las mejores definiciones de éxito trascendental, es irse a dormir sabiendo que nuestras habilidades y talentos también se usaron en este día para servir a nuestros semejantes. Esto quiere decir impregnar de amor todas nuestras actividades; en el trabajo, en la familia, en nuestras relaciones sociales.
Estamos hechos a “Su Imagen y Semejanza,” nuestra esencia es amor. Saber quiénes somos, conocernos a nosotros mismos, y conocer nuestro verdadero yo espiritual, es más trascendental que conocer lo que vamos a hacer.
Conocernos a nosotros mismos, es saber que formamos parte de un todo infinitamente inteligente y amoroso, donde todo y todos nos relacionamos en la perfección de un plan maestro incognoscible e inconmensurable para el aquí y ahora, pero intuible y visualizable con los ojos del alma para nuestro devenir. Este es otro de los grandes retos del siglo XXI.
Durante la segunda guerra mundial los generales en jefe del comando central de los aliados dirigían todos los movimientos de tropas, materiales y pertrechos, coordinaban toda la logística y enviaban sus órdenes a los diferentes comandantes de los diferentes sectores.
Estos últimos no conocían la estrategia global ni entendían necesariamente como se relacionaba su estrategia local con la estrategia global, pero sabían que había una inteligencia central que los entrelazaba con todo y con todos y llevaban a cabo diligentemente lo que se requería de ellos.
Así sucede con cada uno de nosotros. Somos los comandantes a cargo de ganar las batallas que continuamente nos presenta la vida en nuestro sector y es más fácil ganarlas sabiendo que hay una inteligencia central que coordina todo ayudándonos a comprender que para formar parte armónica de este plan maestro, tenemos que saturar de amor, comprensión y compasión nuestra participación.
A veces sin comprenderlo y aparentemente actuando contra nuestros instintos. Eventualmente comprobaremos que al final, el plan maestro fue el adecuado para ganar la gran guerra contra nuestra ceguera espiritual y la violencia universal.
Este cambio mental produce milagros. Nos permite entrelazarnos con el creador al pedirle que podamos entender el propósito de nuestra vida para poder ser un instrumento de paz y amor a nuestro alrededor.
El ver que seres humanos buenos “sufren,” y otros malvados tienen abundancia y “triunfan,” no contradice esta verdad. Las a
Esto nos recuerda que nuestro trabajo principal de amar al prójimo nos llevara a amarnos a nosotros mismos y la combinación de ambos nos creara abundancia y bienestar en el más amplio y bello sentido de la palabra, aunque nos parezca imposible.
Este altruismo no representa un sacrificio, al contrario, una vida que parece llena de penalidades, es aquella que no ha encontrado su identidad y propósito. El amor revela nuestra esencia, nos da energía y dirección, es combustible espiritual. No tenemos que pedir por un porvenir brillante, sino más bien sacarle brillo a nuestro porvenir saturándolo de amor. Reconocer esto y actuar en consecuencia, es lo que manifiesta en nuestra vida la abundancia plena y felicidad estable que no ocurre hasta experimentar ese despertar interno. Cuando esto sucede, los efectos materiales deseables se manifiestan, porque son parte del plan maestro de abundancia y bienestar para todos, aunque parezca inverosímil. Siempre vienen acompañados de un creciente sentido de satisfacción gozo y paz.
Revelar el amor en nuestras vidas, nos hace más atractivos, es decir, nos da más poder para atraer personas, circunstancias, situaciones, ideas, imaginación, inspiración, criterio e ingenio que nos ayuden a manifestar nuestra grandeza espiritual, no la grandiosidad de nuestro ego, que solamente manifiesta un falso orgullo.
Podremos conseguir todo lo que queramos en la vida, si amamos y ayudamos suficientemente a otros a conseguir lo que ellos quieran. Así nos conectaremos verdaderamente con el maravilloso plan maestro universal, que no es menos verdadero por ser poco conocido. Descubrir esta conexión, que está a nuestro alcance, es otro de los grandes retos del siglo XXI.
Afectuosamente, Johnny Bardavid
-Continuará, onceava parte-
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